A menos de
dos años de cumplirse el bicentenario nuestro país está atravesando una peligrosa
crisis política producida por una tensa y conflictiva dinámica entre el
Ejecutivo y el Legislativo que ocasiona un choque de poderes del Estado con
confrontaciones, pugnas y mínima tolerancia, situación agravada además por la
enorme corrupción y la desconfianza de los ciudadanos por las instituciones,
los partidos políticos y los políticos en general. El Poder Judicial lleva una
pesada carga de corrupción e
inoperancia. El Congreso podría competir entre los más impopulares de los
últimos años, además de usuales escándalos de muchos congresistas, el
Parlamento no asume una tarea más integral y no ha sido capaz de articular una
agenda consensuada para el país. El Ejecutivo demuestra debilidad y poca
credibilidad, el presidente emite inconvenientes declaraciones (casos Odebrecht
y Tía María) y presenta dificultades para desarrollar sus funciones, así, hemos
llegado al extremo de un pedido del Ejecutivo para adelantar las elecciones versus
una moción de vacancia presidencial que pretende parte del Congreso.
La
desconfianza y cuestionamiento a nuestro sistema político es una realidad
indesmentible, tanto por las actuaciones personales de sus protagonistas como
por el inconsistente debate político que emplea un formato de desarrollo
mediático y deja de hacer justicia, los partidos políticos que no tienen una
estructura bien constituida experimentan un proceso de debilitamiento y
desprestigio presentando bajísimos niveles de credibilidad frente a la
ciudadanía. A pesar que la política es fundamental en la creación de
instrumentos y proyectos para avanzar en el desarrollo del país,
lamentablemente la mayoría de nuestros políticos persigue su interés dentro de
las reglas de juego que los rigen en lugar de proceder según su visión sobre lo
que requiere el país, actúan con motivaciones subordinadas a lo conveniente
para permanecer y prosperar en la política, proceso que se podría comenzar a
corregir mejorando las reglas del juego político con reformas que protejan el
interés general del país que ellos mismos no las quieren aprobar.
Bajo este
panorama la clase política no es transparente, debería entender que los
verdaderos liderazgos políticos son éticos ya que provienen de reclamos por
instaurar la igualdad, la integridad, la justicia, la equidad, la probidad y el
bien común, los cuales en nuestro sistema político se están quedado en el
camino por la ciega persecución de intereses personales y partidarios, lo cual
afecta nuestra democracia y el
desarrollo integral nacional.
Artículo de Alfredo
Palacios Dongo publicado en el diario EXPRESO, fecha 17 de agosto de 2019